Puedo
sentir, aún, aquellos ojos color miel mirándome fijamente en aquel bar. Puedo
ver aquel amago de sonrisa traviesa que dejaba pensar en todas las cosas
obscenas que mi cabeza podía llegar a imaginar. Aún puedo embriagarme con aquel
olor tan enloquecedor que su piel desprendía...
Todo
ocurrió en un restaurante de Madrid. No sabía cómo en un instante alguien podía
llegar a encandilarme tanto, y llegar a volverme completamente loca por poder
rozar su piel con la mía. No comprendía cómo con una simple mirada podía llenar
mi mente de tantos deseos sexuales y a la vez complacerlos en ese mismo
momento.
Él
me miró de arriba abajo con una mirada casi felina al sentarme en una mesa
cercana a la suya, supongo que no entendía el por qué iba sola. Tras unas
miradas llenas de deseos escondidos, se levantó de su mesa y, sin apartar ni un
segundo esos ojos profundos de los míos, se acercó a mí y me tendió su mano
para presentarse mientras se sentaba junto a mí.
Después
de una hora hablando de diversas cosas y miradas llenas de atracción, me invitó
a ir a su piso. Mi corazón comenzó a latir más y más de prisa, no sabía que
decirle, no soy una chica de esas que a la primera de cambio hace cualquier
tipo de locura... pero
ese chico tenía algo tan...
locamente embriagador que cada poro de mi piel se estremecía con el solo roce
de su piel contra la mía y se me erizaba el vello de la piel con su simple
mirada. La parte más interna de mi cuerpo le deseaba más que a cualquier otra
persona en el mundo, mis piernas sólo de pensar en un encuentro sexual con ese
Dios se aflojaban y se tensaban en el punto más íntimo de toda mujer.
Al
final, sin saber cómo acabé en su casa, era pequeña, lo que suele ser un piso
de soltero. A saber cuántas chicas había subido allí, pero bueno aquel no era
el momento de pensar en esas cosas.
Nada
más cerrar la puerta de su casa se lanzó sobre mí y me besó apasionadamente
contra la puerta, notaba en mi entrepierna como su miembro iba creciendo. Lo
que no sabía es que un extraño podía llegar a volverme tan inmensamente perturbada
por sentirle dentro de mí. Fue algo lento y sabroso, no quisimos correr para
disfrutar y sentir cada instante.
Comenzamos
besándonos y manoseándonos desenfrenadamente por todas las paredes del salón,
hasta que encontramos la mesa, en la que empezamos a deshacernos de la ropa
poco a poco mientras íbamos ahogándonos en el mar de nuestros cuerpos ardientes
de deseo.
Suspiros
tras suspiros, besos tras besos, carias tras carias iban desapareciendo zapatos,
camisetas, pantalones y ropa interior. Parecía que allí, en la mesa,
acabaríamos lo que habíamos empezado...
Los besos cada vez eran más apasionados, desesperados, desenfrenados, mojados,
sexuales... Nuestros cuerpos desnudos cada vez
desprendían más y más calor, nuestros sudores se mezclaban y cada vez nuestra respiración
era más y más agitada buscando alcanzar por fin el clímax que ambos estábamos esperando desde nuestro primer
cruce de miradas.
Tras
aquel encuentro ambos nos quedamos callados y abrazados esperando a que nuestro
ritmo cardíaco volviese a la normalidad. Él logró la calma antes de yo, me
cogió en brazos y me llevó a su cama, donde volvimos a hacerlo de nuevo, esta
vez fue más fugaz, pero igual de placentero.
Fueron
mis dos encuentros sexuales más enloquecidos. Cuando se quedó dormido,
aproveché para desaparecer de allí y de su vida. Seguramente, él no quería
verme allí al despertar, por lo que se lo hice fácil. No le dejé nada ni mi
número de teléfono, ni mi nombre, ni mi dirección... NADA. No quería ponerle en
el compromiso, era mi primera vez con un extraño y no me sentía preparada para
enfrentarlo.
Aún
le recuerdo desnudo en su cama empapado en sudor tras dos polvos increíbles que
nos habían dejado estupefactos. No sé qué pensó al despertar y no verme allí,
quizás se sintió aliviado o quizás sintió decepción por haber sido algo
esporádico.
~
Lucía Vaz ~